Trabajadora
de una cooperativa de Argán explicando cómo se fabrica su aceite cosmético y
sus aceites culinarios.
Tienda de productos a base del aceite de Argán.
Cáscaras del fruto del Argán.
Aceite
de argán
cultivo ecológico y artesanal
Los
bereberes llevan siglos empleando el aceite de argán en sus dietas, medicina
tradicional y como productos para la piel y cabellos. En su cultura este aceite
tiene un carácter sagrado. Debido a esto cuando una madre berebere tiene un
hijo le dan aceite de argán antes que la leche materna en señal de respeto. Además
lo utilizan como forraje, combustible y madera. Se puede decir que el argán es
uno de los árboles más enraizados en esta cultura.
¿Cómo se
hizo famoso el aceite de argán como producto biológico?
El aceite
de argán es reconocido mundialmente cuando a principios de los noventa fueron
descubiertas científicamente sus propiedades nutricionales y dermatológicas. Los
análisis químicos confirmaron que el aceite tiene: ácido linoleico, ácido
oleico, tocoferoles, polifenoles, cratógeno, esteroles y terpeno, alcoholes, y
actualmente le dan un uso terapéutico y nutritivo.
Hoy en día
el aceite de argán se ha convertido en un aceite multiusos: Por su uso
dietético en el 2001 la Cooperativa Amal recibió el primer premio concedido por
Slow Food. Gracias a las cooperativas se ha vuelto a producir este aceite que
es muy apreciado en la cocina marroquí. También está siendo comercializado en
productos cosmetológicos, por ejemplo en jabones, cremas, lociones etc. Entre
otros cuenta el tratamiento contra el acné, tratamientos corporales muy
valorados para combatir los estragos de la edad debido a su contenido de
antioxidantes que tienen un efecto regenerativo en la piel.[1]
¿De dónde
se extrae el aceite de argán?
El argán
es un árbol silvestre que crece en el suroeste de Marruecos. Su nombre
científico es Argania spinosa y puede llegar a vivir unos 200 años.
Perteneciente a la familia Sapotaceae, es una especie de planta de flores, de
ramas espinosas con tronco rugoso y de corta altura. Puede resistir
temperaturas desde 3 °C de frio hasta 50 °C de calor. Tiene raíces
profundas y es capaz de vivir con menos de dos lluvias al año.
El aceite
de argán se extrae de forma artesanal. Su producción es un proceso arduo y
manual y un trabajo exclusivamente de mujeres. En el proceso tradicional la de
convertir la semilla en aceite las mujeres bereberes cosechan sus frutos en
primavera y los dan de comer a las cabras, cuyos jugos gástricos disuelven la
dura capa elástica que cubre las cáscaras. Luego los frutos se recuperan en la
mineralización de los desechos orgánicos de las cabras y se parten sus
semillas, se tuestan ligeramente, se machacan y se prensan. Para producir un
litro de aceite hacen falta 30 kg de frutos y 15 horas de trabajo manual.
Recientemente
algunas cooperativas han introducido un cambio en dicha tradición. Consiste en
eliminar las cabras del proceso y recoger los frutos de los árboles para
elaborar un aceite de sabor más sutil.
Gracias a
la producción del aceite de argán, este árbol se ha convertido en uno de los
pilares de la economía rural y ha menguado la desforestación de esta especie. En
1998 la UNESCO declaró Reserva de la Biosfera Arganeraie en el suroeste de
Marruecos donde crece el argán.[2]
Cooperativa El-Kelaá
M’Gouna productora de destilación de agua de rosas.
Pétalos de rosas que
después de procesados se convierten en jabones y cosméticos.
Tienda taller de tejidos artesanales.
Todos los productos artesanales y ecológicos tienen un proceso trabajoso y manual y es imposible producir en cantidades industriales. Debido a esto las cooperativas se están empezando a organizar en asociaciones de productores para proteger al consumidor, porque se ha empezado a comercializar productos como los cosméticos a base de Aceite de Argán que nada tienen que ver con el Argán más que el nombre; por ello comprar a una cooperativa es la mejor manera de asegurarse de que los trabajadores cobran salarios justos y de que al producto final no se le agrega nada.[1]
La
búsqueda del equilibrio entre el crecimiento económico y la protección de los
recursos nacionales ha obligado a las naciones ricas y pobres por igual a
cooperar con el desarrollo del turismo sostenible a la vez que compiten por el
turismo internacional. Como el Grupo Xaluca que fue iniciado y organizado por
Tayeb, un beduino del desierto, y Lluís, un español. Hoy disponen de
un importante grupo de empresas y hoteles, que constituyen un recurso para más
de 300 familias, y han sabido encontrar el equilibrio entre tradición y
modernidad, huyendo de los tópicos y centrándose en el cuidado de cada detalle
para que los clientes se sientan únicos. En este grupo todos los trabajadores son originarios del país y son los que están
involucrados en el servicio de atención al turista. Estos alojamientos están en su
mayoría situados en el sur de Marruecos y dan alojamiento a más de 80.000
personas cada año de diferentes nacionalidades.[2]
Otros gestores de este cambio son el Riad Ifoulki del propietario Peter Bergmann, que llegó a Marakech hace 35 años y es un apasionado defensor de la comunidad, el Riad Al Massarah, cuyos propietarios, británico y francés, Michel y Michael, rediseñaron este antiguo Riad para maximizar la comodidad y la luz del sol y minimizar el uso de agua y electricidad, y con los beneficios colaboran con un refugio para niños de la calle, mantienen a una plantilla de cinco personas y han conseguido la distinción medioambiental como primer Riad con certificado Gree Key de Marruecos, y el Riad Akka, cuya recaudación mantiene una plantilla de cinco personas y ayuda a una asociación de microcréditos para mujeres marroquíes.[3].
Hotel del Grupo Xaluca.
Conductor y guía del grupo
Xaluca.
Trabajadores del hotel y del
restaurante del grupo Xaluca.
Guías beduinos preparando
la excursión en dromedarios para la cabalgata por las dunas del Erg Chebbi.
Otros gestores de este cambio son el Riad Ifoulki del propietario Peter Bergmann, que llegó a Marakech hace 35 años y es un apasionado defensor de la comunidad, el Riad Al Massarah, cuyos propietarios, británico y francés, Michel y Michael, rediseñaron este antiguo Riad para maximizar la comodidad y la luz del sol y minimizar el uso de agua y electricidad, y con los beneficios colaboran con un refugio para niños de la calle, mantienen a una plantilla de cinco personas y han conseguido la distinción medioambiental como primer Riad con certificado Gree Key de Marruecos, y el Riad Akka, cuya recaudación mantiene una plantilla de cinco personas y ayuda a una asociación de microcréditos para mujeres marroquíes.[3].
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