Cartagena de Indias tiene los perfectos objetivos para todos, maestros y observadores de la arquitectura colonial. Además, la capital del departamento de Bolívar cuenta con hermosas playas a orillas del mar Caribe.
Entrada principal al
Centro Histórico con La Torre del Reloj
Foto: Carmen Ponce de M.
Pero antes de la conquista
de los colonizadores españoles la bahía de Cartagena de Indias estaba habitada
por los mocanáes, habitantes de Calamari o Caramari (en español:
cangrejo) que tenían su propia cultura ancestral, su visión global del universo,
sus dioses, su arte, técnicas para los cultivos y vivían en absoluta libertad. A
la llegada de Pedro de Heredia y sus hombres arremataron a los mocanáes e
impusieron su ley a la vencida población. Heredia fundó la capital de su gobernación sobre
la propia Isla Calamar el 1º de junio de 1533, que finalmente se le llamó
Cartagena de Indias. Se trazaron
calles, cuadras y plazas, se repartieron solares para los primeros pobladores;
se despejaron manglares circundantes y se empezó a construir la ciudad con el
trabajo de esclavos autóctonos, pero ante su exterminio se decido remplazar a
los esclavos nativos por esclavos africanos como mano de obra para la
construcción de los edificios y fortalezas de la plaza, así como el cultivo de
las estancias, haciendas cercanas y minas.
Debido
a los constantes ataques de otros imperios europeos que querían arrebatar a la
corona española esas tierras, que después de sangrientas luchas dejaban la
ciudad desolada, España construyó el fuerte militar El Castillo de San Felipe de Barajas
que hicieron de Cartagena de Indias la plaza fuerte más importante del imperio
español en América.
La
ocupación española terminó el 10 de octubre de 1821 cuando el ejército
libertador ocupó Cartagena, la ciudad era libre al fin, pero esta yacía en
ruinas después de 12 años de guerra por la independencia de la Gran Colombia. Y
a comienzos del siglo XX en la época republicana, la urbe parecía una ciudad
acabada después de dos guerras civiles sucesivas. Sin embargo, Cartagena
de Indias como Ave Fénix que vuelve a renacer de las
cenizas a mitad del siglo XX con
la facilidad de las comunicaciones aéreas, terrestres, marítimas y fluviales
del puerto, conjuntamente con la modernización de una completa red de servicios
públicos, la belleza del paisaje y sus lugares históricos, trajeron consigo la
industria turística, que en la actualidad se encuentra en pleno florecimiento;
y todos estos factores, reunidos, han restablecido a la “Ciudad Heroica” su
antiguo esplendor, y le han dado una nueva vida, multifacética, alegre y próspera,
con ritmo creciente[1] y a finales
de ese siglo empezaron las construcciones fuera de la ciudad amurallada y
últimamente se construyen residencias, modernos rascacielos y complejos
hoteleros para el recibimiento de miles de turistas.
En
la actualidad la Cartagena de Indias de estilo colonial ha sido
restaurada primorosamente conservando el centro amurallado, manteniendo sus
estrechas y bellas calles donde se admiran casas de arquitectura colonial, esculturas,
se goza de un ambiente diurno de cultura, de museos, de sitios históricos, de plazas,
espectáculos al aire libre, así como la vida nocturna de diversión, además
posee una buena infraestructura administrativa especialmente turística y el
Centro Histórico congrega una amplia gama de tiendas artesanales, galerías, basares
y tiendas de modas.
Más
allá del recinto amurallado, sobre la colina San Lázaro, se admira la más
grande fortaleza militar, el fuerte Castillo de San Felipe de Barajas,
actualmente convertido en museo donde se puede visitar todos sus
compartimientos y secretos.
Y
en un circuito turístico en chiva se visita el Cerro de la Popa, sede de
uno de los más antiguos monasterios de Colombia, hoy Convento de los Padres Agustinos,
y desde allí se tienen las mejores vistas de la ciudad. A La Popa se le conoce
como Balcón de la fe cartagenera, pues allí está la custodia de la Virgen
de la Candelaria patrona de la ciudad.
[1] Lemaitre Eduardo.
(1981) Breve historia de Cartagena. Impreso por ITALGRAF, S.A. Bogotá.
pp. 25-26-65-68-183-249.
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